A cuarenta kilómetros al sur de Reynosa, rodeado por un escaso monte de mezquite que antes cubría estas llanuras ahora desmontadas, se encuentra Charco Escondido o Congregación Garza, antigua comunidad rural reynosense que vio desfilar en ella intensos acontecimientos de la turbulenta vida mexicana del siglo XIX.
Como su nombre lo indica existió allí un aguaje de referencia obligada para rancheros y caminantes, si se considera que entre los ríos Bravo y Conchas no existen corrientes de agua. El Charco Escondido siguió los mismos pasos de los numerosos ranchos que se fincaron dentro de la hacienda de La Sauteña desde las postrimerías del siglo XVIII, al tener sus propietarios una presencia apenas perceptible, incapaz de controlar un espacio que representaba “la extensión de un reino”, como bien lo criticó un funcionario colonial.
La inserción del Charco Escondido en los mapas fue por el trazo del camino directo entre Matamoros y Monterrey, que evitó la ruta más larga de las Villas del Norte, en una época en que el comercio exterior bullía en el puerto tamaulipeco y demandaba su pronta remisión a la Sultana del Norte.
A este camino que era en realidad una brecha entre el espeso monte, las autoridades procuraron mantenerlo siempre transitable, designándolo con el pomposo nombre de “Sendero Nacional”, destacando así su importancia.
El 13 de julio de 1870 tuvo lugar aquí una memorable batalla entre fuerzas rebeldes al régimen de Benito Juárez y tropas leales al gobierno federal. Los sublevados estaban al mando del general Pedro Ignacio Martínez, Pedro Hinojosa e Irineo Paz, abuelo del insigne poeta Octavio Paz; quienes buscaban rehacer sus fuerzas en el Noreste, luego de sufrir repetidos descalabros en el centro del país.
Sin embargo, los jefes locales no los recibieron con simpatía, en especial el caudillo nuevoleonés Jerónimo Treviño, que los sorprendió a pleno mediodía, cuando el calor había hecho que los jefes rebeldes durmieran la siesta.
El resultado para ellos fue desastroso al rendirse toda la tropa, unos trescientos hombres, más cincuenta oficiales, dando apenas tiempo de escapar a Martínez y a su estado mayor.
En mayo de 1876 la historia se aparece en este lugar, nuevamente a causa de un movimiento rebelde contra el gobierno federal, esta vez encabezado por el general Porfirio Díaz, que bajo la bandera del Plan de Tuxtepec había ocupado Matamoros, plaza que abandonó antes del arribo del general Mariano Escobedo, que desde Monterrey salió a combatirlo.
Ubicado en Charco Escondido, Díaz esperó los movimientos de Escobedo, quien eligió la ruta de las Villas del Norte para llegar a Matamoros, permitiéndole al jefe rebelde avanzar sobre Nuevo León, donde fue derrotado en la hacienda de Icamole.
A fines del siglo XIX, cuando la Zona Libre permitía el comercio ilegal, Charco Escondido se hizo célebre por el contrabandista Mariano Reséndez, el azote de la Gendarmería Fiscal, a la que enfrentaba a balazos sin temor.
Sin embargo, finalmente fue asesinado por órdenes del general Bernardo Reyes, procónsul de Porfirio Díaz en el Noreste, empeñado en librar la frontera de revoltosos y contrabandistas.
Como comunidad, los vecinos de Charco Escondido pudieron integrarse formalmente, al comprar el terreno a La Sauteña hacia 1890.
Más tarde, el 22 de abril de 1901, el gobierno del estado decretó que a partir del 16 de junio de este año se denominaría Congregación Garza “en justo testimonio de gratitud al benemérito aunque modesto” ciudadano José María de la Garza.
Con la construcción del ferrocarril Monterrey-Matamoros, la ruta del Sendero Nacional fue abandonada, quedando el antiguo Charco Escondido alejado del movimiento del nuevo siglo.