Tras el estallido de la guerra de independencia en el pueblo de Dolores, el 16 de septiembre de 1810, los días del virreinato de la Nueva España estuvieron contados. En las Provincias Internas de Oriente, si bien hubo una adhesión al movimiento independentista, pronto se impuso la contrarrevolución al ser aprehendidos en las Acatitas de Baján, provincia de Coahuila, el padre Miguel Hidalgo, Ignacio Allende y otros líderes insurgentes.
La respuesta realista al desafío insurgente se tradujo en severos controles políticos. En Reynosa, su justicia mayor, Máximo Cavazos, procuró en 1811 la fidelidad del vecindario al rey, según las ordenanzas del gobierno del Nuevo Santander. Enseguida visitó la población el capitán Francisco Antonio Cao, quien recogió varios fusiles y dos cañoncitos pedreros, uno de bronce de la compañía local y otro de fierro usado en la fiesta anual a San José, donado por doña Gregoria Ballí. En 1812 las prohibiciones se incrementaron al impedirse transitar sin pasaporte entre los pueblos y viajar a Texas sin aviso a las autoridades. Tampoco se autorizaba recibir extraños en las casas, como tampoco andar en la calle después de las nueve de la noche, ni organizar fandangos o tertulias, lo mismo que ponerse ebrio y practicar juegos de azar.
Estos temores tuvieron confirmación al ocurrir en abril de 1812 la rebelión de los indios Carrizos de Camargo, bajo el liderazgo del capitán de la misión, Julián Canales, proclamando vivas al rey, la patria y la religión. Tales consignas eran similares al pronunciamiento del padre Hidalgo, por la influencia del indio Manuel Salgado, oriundo del pueblo de Dolores, quien seguramente llegó a Camargo después del desastre de las Acatitas de Baján. La respuesta realista a este brote insurgente, la encabezó José Ramón Díaz Bustamante, comandante de la tercera compañía volante del Nuevo Santander, con sede en Laredo, obligando a los Carrizos a huir rumbo a la costa. Sin embargo, el 16 de mayo fueron sorprendidos por la compañía de Reynosa y los indios auxiliares de la misión de San Joaquín del Monte, al mando del alférez Vicente Hinojosa, en el paraje de Laguna Cercada. Después de esta acción los sublevados se dispersaron, unos rumbo al centro de la provincia y otros al norte del río Bravo, donde fue capturado el indio Canales.
En 1813 un nuevo brote insurgente apareció en Texas promovido por el sevillano José Bernardo Gutiérrez de Lara, enviado dos años atrás por Hidalgo y Allende como embajador a Estados Unidos. A estos hechos se sucedió la incursión insurgente sobre el Nuevo Reino de León de Felipe Garibay y José María García Salinas, el “Cantareño”, que al ser derrotados en la Sierra de Picachos, se retiraron rumbo a la congregación del Refugio, al amparo del indio carrizo Marcelino García, luego de reclutar en su marcha a un grupo de indios de la misión de Reynosa. De nueva cuenta el gobierno realista organizó una ofensiva encabezada por Benito Armillán al frente del batallón de Extremadura, quien les inflingió una severa derrota a los rebeldes en el paraje del Mogote, el 23 de agosto de 1813. De vuelta en casa los indios de Reynosa, las autoridades aprehendieron a cuarenta de ellos y ahorcaron a siete por órdenes del coronel Felipe de la Garza.
Otros méritos realistas de la villa de Reynosa fueron la captura de los insurgentes Rafael Hermosillo y Juan Pérez, así como la aportación generosa de caballada, carne y dinero para la campaña de Texas, que finalmente recuperó el brigadier Joaquín de Arredondo, comandante de las Provincias Internas de Oriente a partir de 1813, y quien dominó militarmente la región hasta 1821, año en que tras la infidencia de Agustín de Iturbide y la proclamación del Plan de Iguala, se propició la consumación de la independencia nacional.
Me congratula brindar a los lectores esta importante obra, de elaboración paciente y cuidadosa, de profunda búsqueda en múltiples fuentes documentales e iconográficas, muchas de ellas nunca antes referidas o publicadas, y apoyada en la interpretación rigurosa de las mismas, pero expuesta de manera clara, de tal modo que también tenga un valor didáctico que estimule el interés y el estudio, aunados a la participación creativa en la forja cotidiana de nuestra gran ciudad.
Quiero hacer un reconocimiento a quienes participaron en la compleja elaboración de este libro, y desear que sus páginas alienten el sentido de arraigo, pertenencia e identidad que el Ayuntamiento de Reynosa promueve para fortalecer la cultura local en el mosaico pluricultural de México.
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